EL PATIO.
El grifo caía con lasitud, reverberando sus lamentos en las paredes. Solitario vertía sus llantos sobre la boca abierta de la pila. Lágrimas cristalinas, puras, hilvanando rostros de niñas al caer y se dispersan con rapidez, en la soledad de su tarea, sin compañía alguna el grifo no despierta completamente, hipnotizante en su llanto para las aves que lo presencian desde las nubes asexuadas. La marcha de las gotas se prolonga, en la ausente presencia de la dama que dejó abierta la llave. Sin decir nada llega un ruiseñor, advierte el dolor de amapolas ensangrentadas, esas que con sus ojos negros claman por unas gotas de ese grifo, que no se mueve en dolor ajeno, ellas mueren… solo mueren. El asfíctico sonido de ese agujero que traga el agua afanosamente no compite con el grifo, no puede, no quiere. El ruiseñor se atreve; lo piensa por un eterno segundo; pero se atreve, velozmente nada a través del viento directo al hilo plateado, el hilo que alimenta, el que forja las caritas, el que...